Y luego de la sonrisa, entramos sin mapa en una isla de recuerdos. Recuerdo más diciembre que enero, más viernes que lunes, más sonrisas que llantos. Recuerdo a aquella dama que se llevo mis ojos en su cintura, y por supuesto, el día que obtuve mi cédula. Recuerdo haber aprendido a cocinar con mamá y a manejar con papá. Recuerdo la primera vez que el Ávila me esbozo una sonrisa, algunas cachapas saliendo de Maturín y unas horas de transito entrando a Caracas.
Recuerdo cuando podíamos bañarnos en la lluvia sin tener que alojar enfermedades, comprar un desayuno con cuatro o cinco bolívares y caminar mientras la noche nos miraba. Recuerdo muchas elecciones, muchos candidatos, recuerdo cuando los golpes de Estado se daban en Caracas y no en Twitter. Hasta recuerdo cuando los políticos eran sinceros... no. Es mentira, creo que eso nadie lo recuerda.
Sospecho de un olor a soledad en mi camisa. La música triste opta por estrenarse. Uno le coloca felicidad al pensamiento y nostalgia a la mirada y seguimos perdidos, extraviados en este mapa de recuerdos abstractos. Tergiversando momentos, usando eufemismos en los momentos de desgracia para poner carcajadas donde hubo penas. Recolectamos la mayor cantidad de sigilo posible y lo metemos en lugar donde nos encontremos, agitamos con cuidado y como resultado, se nos empiezan a humedecer los ojos. A veces, al parecer, llorar contenta.
Luego corremos hacia el cristal que dice "En caso de lágrimas, colocar una metáfora" y suena algo así:
Hagamos de estos instantes, viajes en el tiempo, viajes que no pueden durar mucho ni poco. Viajes que no pueden afectar demasiado, pero que tampoco pasan sumisos debajo de la mesa. Viajes para sonreír, viajes para llover. Viajes para reírse del pasado, corregir el presente y preservar el futuro. Como todo en la vida, hay viajes buenos y viajes malos. Pero todos se recuerdan.
Mi pasaporte ha expirado.
Recuerdo cuando podíamos bañarnos en la lluvia sin tener que alojar enfermedades, comprar un desayuno con cuatro o cinco bolívares y caminar mientras la noche nos miraba. Recuerdo muchas elecciones, muchos candidatos, recuerdo cuando los golpes de Estado se daban en Caracas y no en Twitter. Hasta recuerdo cuando los políticos eran sinceros... no. Es mentira, creo que eso nadie lo recuerda.
Sospecho de un olor a soledad en mi camisa. La música triste opta por estrenarse. Uno le coloca felicidad al pensamiento y nostalgia a la mirada y seguimos perdidos, extraviados en este mapa de recuerdos abstractos. Tergiversando momentos, usando eufemismos en los momentos de desgracia para poner carcajadas donde hubo penas. Recolectamos la mayor cantidad de sigilo posible y lo metemos en lugar donde nos encontremos, agitamos con cuidado y como resultado, se nos empiezan a humedecer los ojos. A veces, al parecer, llorar contenta.
Luego corremos hacia el cristal que dice "En caso de lágrimas, colocar una metáfora" y suena algo así:
Hagamos de estos instantes, viajes en el tiempo, viajes que no pueden durar mucho ni poco. Viajes que no pueden afectar demasiado, pero que tampoco pasan sumisos debajo de la mesa. Viajes para sonreír, viajes para llover. Viajes para reírse del pasado, corregir el presente y preservar el futuro. Como todo en la vida, hay viajes buenos y viajes malos. Pero todos se recuerdan.
Mi pasaporte ha expirado.
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